Iniciando un año
antes de Un Viaje Inesperado, Gandalf
the Grey se encuentra con Thorin para motivarlo a reclamar su trono para así
cumplirse con la profecía. Inmediatamente de contemplarse el peligro, la trama
regresa a su punto actual abriéndose paso hacia la Montaña Solitaria. La
amenaza de los orcos de Azog prevalece en paralelo con el ascenso del Nigromante
y la inusual involucración de los elfos del Bosque Negro
En comparación con la
antecesora, no encuentro mejoría ni declive, simplemente continuo con los
mismos defectos y virtudes. De hecho su duración me sigue pareciendo extensa
hasta el grado de retomar mi premisa de dos partes. Probablemente esté
exagerando ya que me conformaría con
treinta minutos menos en su primera hora dado que hay material redundante con
un sentido de humor indiferente a nuestro tacto. Aun así se aprecia el ritmo
acelerado como su creatividad en las secuencias de acción.
Visualmente nos
contagia con su densa cinematografía y estilo artístico en los palacios
ocultos, el Bosque Negro, las ruinas de
Dol Guldur, el pueblo en el lago y sobretodo la enorme antesala del tesoro en
la Montaña Solitaria. El sonido representó un gran avance por su eficacia en
sacarnos un par de sustos; aunque sus efectos especiales se limitan a un tono
realístico, todavía no llegan a impactarnos como lo hicieron en la trilogía
clásica.
No puedo evitar
sentir muchas similitudes con el esquema de La Dos Torres, primeramente porque
Gandalf los abandona para hacer otras obligaciones, de lo cual se ha vuelto
común en cada una de estas adaptaciones. Hablando de una falta de compromiso de
su parte hacia una cosa a la vez, siempre surge un asunto más importante que
hacer sobre lo que el mismo recién comenzó. Desafortunadamente esta ausencia le
restó simpatía al grupo de enanos.
A diferencia de la
Comunidad del Anillo, los personajes principales perdieron interés en sus roles
respectivos. Ian McKellen era la razón por la cual Martin Freeman y Richard
Armitage resplandecieron en Un Viaje
Inesperado, sin embargo, ahora sólo se manejaron por sus defectos y por
ende el bajón de moral. Seriamente es difícil identificarse con alguno cuando
siempre están haciendo lo opuesto a lo que su corazón les dicta.
Si no fuese por el
retorno anticipado de Orlando Bloom como Legolas, Evangeline Lilly como la
gloriosa Tauriel y Benedict Cumberbatch caracterizando al Dragón Smaug con una
voz psicótica, La Desolación de Smaug hubiese resultado verdaderamente una
desolación. Cabe destacar que Luke Evans, Lee Pace y Aidan Turner se esfuerzan
en distinguirse entre el resto y logran hacerlo de una manera respetable teniendo
en cuenta su tiempo limitado.
La composición musical
continúa siendo decente y el vestuario sigue cumpliendo con la ambientación
medieval. Básicamente son los mismos tonos, tanto la oscuridad del contexto y
la psicología personal siguen manteniéndose a un margen superficial. Lo cual es
una característica inusual en la dirección de Peter Jackson pese a que siempre
tiende a dejarles un buen espacio dramático a sus actores para que los llenen
con sus propios sentimientos.
Lo anterior fue la
excepción y por tanto me sorprende ver el peso en los propios acontecimientos
en conjunto con las referencias de un pasado solamente expresivo. El pasado
siempre ha sido el culpable de esta tragedia pero a su vez, sigue influenciado
la forma de actuar de nuestros héroes egoístas e ignorantes, otro tema común
visto en esta mitología. Curiosamente se da un acto de amor por un personaje del
cual no existe en ninguno de los libros de J.R.R. Tolkien.
Por encontrarse
exactamente en el núcleo de esta trilogía, La Desolación de Smaug no tiene
principio ni tampoco fin. En cuanto te engancha, inmediatamente se desatan los
créditos dejándote en pleno suspenso en la misma tradición que Los Juegos del Hambre: En Llamas. No
obstante, encontré mucho más satisfactoria esta adaptación porque pese a sus
errores, Peter Jackson se mantiene fiel a su visión y eso es de admirarse
aunque me cueste aceptarlo.
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