domingo, 3 de noviembre de 2024

El Legado de Maximus Continua

 

   ¡Maximus Vive! ¡Maximus Vive! ¡Maximus Vive!

   Fue lo primero que escuché en la oscuridad en que me encontraba después de haber creído que había muerto al igual que la mayoría que peleó conmigo o en mi contra. Tantos nombres olvidados pero por siempre recordados por su familia y por la grandeza de Roma.

   “Maximus, El Misericordioso” “Maximus, El Esclavo que desafió al Emperador”, “Maximus, El Salvador de Roma”

    Y es que todo pasó tan rápido y a su vez tan lento, un instante me encontraba liderando la batalla contra lo que restaba de las tribus germánicas ahí cerca de Vindobona para luego ser solicitado por el Emperador Marcus Aurelio sobre ayudarle a restablecer la República en Roma. Obvio que rechacé su pedido al creer que el viejo bromeaba y vaya sorpresa que me llevé al descubrir que no era el guerrero ni el filosofo que me hablaba, sino se trataba de Marcus El Sabio quien en sus últimos días sólo pensaba en ser recordados como aquel de devolvió la paz y la democracia a Roma.

   Sí un Emperador te pedía que hicieras algo, tenías que hacerlo, no había cuestión alguna. Aún así habría consecuencias porque Cómodo no lo iba a tomar bien, lo conocía tan bien que desconfiaba que su padre pudiera ponerlo en orden al ver que otra persona ajena a éste fuese empoderado por el Emperador a cumplir una tarea que pondría en riesgo su herencia por nacimiento.

   Me retiré porque necesitaba pensar y no sólo en mí sino en mi familia a quienes me moría de ver después de 2 años de estar distanciado de ellos. No pude articular el primer recuerdo porque una voz demasiado familiar me hizo detenerme. Por más incómodo que fuese, Lucila merecía mi respeto.

   Hace mucho la amé, fue la primera, pero la que no pudo ser por ese asunto del linaje en nuestras sangres. Estaba destinada para otro así que tampoco pudo ser para Cómodo, su propio hermano la deseaba que por un momento juraría que sería mi muerte. Así que, como un caballero de Roma, sobre todo del Emperador la dejé y he aquí nos volvimos a encontrar en donde menos nos lo esperábamos.

   Cuando estás muriendo uno puede ver la historia de tu vida desenvolviéndose por completo en un par de segundos, segundos que me costaron ocultar los sentimientos al igual que ella. No me quedó más que hablar de nuestros hijos, su esposo fallecido y retomar el camino hacía lo que sería pasar una noche dura de indecisión.

    Y cuando todo parecía estar claro, que rechazó al nuevo asignado Emperador Cómodo por haber asesinado a su propio padre. No sé en qué estaba pensando, dentro de mí sabía que debía jurarle mi lealtad, pero mi honor lo era y por ello terminé pagando el alto precio. Todos lo hicimos, incluyendo a la misma Roma al despojarle de un imperio como un imperio se despojó de mi familia.

   Debería estar enojado, lo estuve, pero sólo de un hombre de quien a su vez me ayudó a mantenerme vivo para llegar a estar frente a frente como Próximo me sugirió. Gánate público y ganarás tu libertad, y tal parecía ser el caso tras escuchar:

   ¡El legado de Maximus “El Inmortal” continua!

   ¿El Inmortal? Pero ¿Cómo era esto posible? Yo no era ningún inmortal, de hecho, mi vida dependía de un hilo porque nadie sabía si pasaría la noche, ni siquiera Lucila ni su hijo al decidir permanecer conmigo a pesar del caos en las calles al desconocerse el futuro de Roma.

   Roma fue fundada como una República, si mi sacrificio era garantía de que sucediese de nuevo, ahora haber sobrevivido cuando se suponía que debía morir, que significado o inspiración lograría porque al final del día era tan sólo un soldado, mejor dicho, un gladiador y gladiadores como yo estábamos destinados a morir.

   En un cerrar y abrir de ojos, recordé a Lucila decirme que me fuera con ellos, en efecto me fui con ellos porque estuve con ellos, en la otra vida para ser exacto y segurísimo por lo genial que me sentía. Libre de dolor, sobre todo libre. Además, recuerdo lo bien que se sintió haber abrazado a mi hijo y a mi esposa, haberles dicho lo mucho que los amaba y que ya estaba con ellos para el resto de la eternidad o eso creí al ser jalado de devuelta al purgatorio.

   Debí aferrarme a ellos e intentar jamás soltarlos porque en otro abrir y cerrar de ojos desperté mediante un profundo respiro del cual nadie se explicaba, mucho menos yo al experimentar el dolor de mis heridas, en especial la que me causó Cómodo al querer ganarme con trampa. Confieso que no encuentro satisfacción en quitar vidas, pero por los dioses como disfruté encajarle su propia daga en la garganta de Cómodo y escuchar como se ahogaba con su propia sangre hasta dejar de respirar.

   De ahí en fuera, nada tenía sentido. Acaso ¿será obra de los dioses el que hubiese sobrevivido? Y si así lo fue ¿a qué fin?

   Lo hecho ya estaba hecho, había matado a Cómodo y había regresado el poder al Senado, seguía sin entender a qué se debía esto de aferrarme a la vida cuando de mí no venía tal deseo o siquiera fuerza para seguir caminando entre los vivos por los siguientes días en que se daban las interminables sesiones en el senado. Por decir que a duras penas podía respirar y eso que había sangrado demasiado como para sobrevivir la noche. Insisto, no había nada más de lo que yo pudiera hacer y mucho menos en este estado tan delicado de salud.

   Por fortuna no era el único ahí en la oscuridad, Lucila seguía conmigo e igual de confundida al creer que lo que quedaba de mí era sólo el fantasma de alguien a quien amó en el pasado. Al igual que yo le costaba respirar, pero aun así se acercó a mí y me tomó de la mano para compartirme un secreto que había cargado toda su vida. Tenía ya tiempo que me lo quería decir, incluso antes de nuestro reencuentro y durante mis días de encarcelamiento en el coliseo. Cuando al final se animó por decírmelo, fue cuando mi resurrección cobró no sólo valor sino sentido.  

  El pequeño Lucio era hijo mío, así de brutal pesaba la verdad porque lo era, no había cuestión alguna sino puro sentimiento. Podía no sólo sentirlo sino verlo en su mirada conforme me miraba a mí.  Los tres éramos familia y como tal, debía cuidarla a toda costa, aunque nadie lo supiese.

   Cuando éramos jóvenes, Lucila y yo habíamos compartido una relación y aunque por más breve que haya sido, el tiempo que estuvimos juntos en secreto fue suficiente para concebir un hijo. Puedo comprender ahora su instinto de sobrevivencia, lo que tuvo que hacer para mantener su identidad oculta desde su nacimiento y seguirla manteniendo para protegerlo de lo que podría estar al acecho.  

   De exponerse sería considerado un bastardo y Lucila una traidora poniendo en gran riesgo el cambio de poder, que igual dudo que sirva de algo porque Lucio ya no aspiraría a ser Emperador. Por ende, la transición de Imperio a República debería continuar sin inconveniente alguno, pero sí algo me enseño Marcus es que siempre había alguien con quien pelear, y aunque se tratase de la muerte misma sólo quedaba sonreírle de vuelta.

   Aparte de que no podría hacerle eso a Lucio, jamás, después de lo que vivió con ese maldito tío y haber visto a su madre pasar por las cosas terribles que pasó, ningún hijo debería haber sido testigo de tales atrocidades y mucho menos en el nombre de la justicia o libertad. Así que al igual que Lucila decidimos mantenerlo en secreto, inclusive de éste mismo, al menos hasta que el momento fuese el adecuado, sí es que llegaba porque ni siquiera pasó el mes cuando una amenaza no tan lejana como creímos, ascendió sobre Roma.

   Se trataba de Theodosius, el mismísimo General que me enseño todo lo que necesitaba para sobrevivir y a quien relevé por mandato de Marcus Aurelio por cuestión de edad no por incapacidad. Theodosius “El Mayor” amaba a Cómodo como si fuera su hijo, lo cual no molestó a su único hijo llamado también Theodosius quien lo consideraba como su hermano hasta el grado que ambos tomaron a mal su asesinato al referirse a este suceso como “La Conspiración”.

   De ahí se agarraron para combatirla en conjunto con la élite, los gobernadores y eventualmente gran parte de la plebe romana. Incluso el senado optó por respaldarla provocando que la transición de Imperio a República se fracturara de forma irreconciliable. “Todo por La Grandeza de Roma” ahora comprendo a las palabras de Marcus sobre mi ignorancia sobre la verdadera Roma.

   A pesar de ser la única mujer con voz, Lucila no pudo hacer nada y en cuanto a mí, ni siquiera la legendaria inmortalidad fue tan poderosa como para competir en esta campaña de poder de la ascendente Dinastía Teodosiana.

   Un padre sólo quiere lo mejor para su hijo, aunque ese padre haya sido Theodosius el Mayor. Eso lo entiendo y en tan sólo un par de meses logró que su hijo Theodosius referido ahora como Theodosius I “El Grande” se convirtiera en el nuevo Emperador, del cual no tardó en retomar la política de Cómodo para intentar vengarse de su muerte.

   Ante el trágico giro de eventos, Lucila decidió quedarse en Roma para seguir luchando como lo venía haciendo con su hermano. Después de todo, era una figura influyente. En cuanto a su hijo. Me permitió que me llevase a Lucius para desaparecer juntos y esperar a que éste estuviese listo para desafiar al nuevo Emperador, porque seguía siendo el heredero del Imperio y de esa manera, sólo él con mi espada podría reclamar el trono, desafiar al falso emperador y volver a intentar cumplir los deseos de Marcus Aurelio, su abuelo, de transformar a Roma en República.

   Pero el momento nunca llego, o eso parecía creer porque todo salió mal en los siguientes 20 años que transcurrieron. Mi inmortalidad se convirtió en un mito, porque debía mantenerme escondido y al ver que eso ponía en peligro a Lucius, decidí mandarlos lejos de mí y de Roma para que siguiese creyéndose muerto en caso de que dieran conmigo. Al menos tendría una oportunidad de vivir una vida normal y en absoluta libertad, algo que tanto su madre como yo nunca pudimos hacer, siquiera juntos.

   Ya no soy tan joven como alguna vez lo fui, y descubrir que la reciente y misteriosa muerte de Teodosio I El Grande, sólo complicó más la situación al dividirse Roma en dos Imperios: Occidente y Oriente, y mejor aún, cada uno asignado con un nuevo emperador. Seguramente estos gemelos asesinaron a su propio padre para conseguirlo, después de todo esa había sido la “exitosa política de Cómodo”.

   Sí Lucius quisiera volver al ruedo, tendría que pelear ahora contras dos Emperadores lo cual es absurdo, pero así es Roma. Nada más no aprendemos. Aún así, no podemos mantenernos ocultos para siempre, y más tras enterarme a las pocas semanas que la aldea en donde vivía Lucio había sido atacada. De haber sabido, quizás hubiera ido a advertirle, pero me temo que cuando lo mandé lejos de mí, lo hice de una manera en que se le hiciera fácil odiarme y olvidarse de mí.

   Hasta la fecha no sabe que es hijo mío, y preferible que así siga porque de esa manera podrá sobrevivir y necesita estarlo tras enterarme mediante mis espías de que su esposa e hijo han muerto.

    Terrible saber que padre e hijo comparten el mismo destino, y literal ahora que se encuentra rumbo al Coliseo Romano para pelear como Gladiador. Y yo aquí en las sombras sólo con un grupo de rebeldes, y es que ha pasado mucho tiempo sin que haya tomado una espada. No sé si podría hacerlo de nuevo, sí mis músculos lo recordarán como si fuera ayer cuando me nombraban General del Ejército.

   ¿Qué es lo que debo de hacer?

   No soy el héroe que solía ser, nunca lo fui, Lucila sabría que hacer en esta situación, pero dudo que sepa de nuestra existencia. Tal vez el momento de pelear sea ahora, quizás Lucius estaba destinado a desafiar a los nuevos emperadores como yo lo hice hace 30 años.

   ¿Pero debería hacerlo como Lucius Vero o como Lucius Meridio?

    No lo sé.

    Sólo sé que debo regresar a Roma lo antes posible y estando ahí, sabre el por qué no morí hace 20 años, y quizás con algo de suerte, pueda sonreírle a la muerte de nuevo y finalmente reunirme con mi esposa e hija, pero como un viejo amigo me dijo hace mucho tiempo:

   “Aún no”.

   Y en efecto, aún no. 

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