domingo, 18 de mayo de 2014

Crítica de Godzilla (2014)


Uno esperaría tanta destrucción impartida por un monstruo mientras la Fuerza Militar hace lo posible por detenerlo mediante el uso de armas nucleares. Desde esta perspectiva, esta sinopsis es acertada pero debo confesarles que existe mucho más de lo mostrado en los avances. De hecho, este reinicio es fantásticamente impredecible y humanamente conmovedora, en consecuencia, pone la barda en alto para las siguientes mega-producciones del verano.   

Tanto el desastre como el monstruo son desplazados a segundo plano dándole espacio a dos elementos de los cuales convergen durante el clímax. Uno que ya la vio, sabrá a lo que me refiero y prefiero no especificar  porque sería terrible de mi parte arruinarles esta novedad. Lo que sí puedo asegurar es que el rol humano juega un papel primordial en el transcurso de estas dos horas y esto gracias al guionista Max Borenstein.

Borenstein y el director Gareth Edwards no son expertos en esta clase de adaptaciones, pero eso no los detuvo de sumergirse en el concepto original para tratar de regresarle esa autenticidad que alguna vez definió a esta franquicia. La involucración de Japón y el planteamiento del problema fueron los ejemplos más claros de ello; en cuanto a Hawái y San Francisco, fueron los puntos donde visualmente se renovó. Básicamente aquí veo un pasado estable seguido de un sublime presente.

Esta nueva dirección de Gareth Edwards ha resultado en una de las mejores experiencias cinematográficas. Desde que Christopher Nolan se le dio la absoluta libertad de readaptar Batman, Warner Bros decidió aligerar sus políticas comerciales dándoles la oportunidad a sus directores de llevar a cabo sus visiones sin restricciones de ningún tipo. Hace un año lo vimos con Guillermo del Toro en Titanes del Pacifico y ahora lo hemos visto de nuevo con Edwards.

Fuera de las similitudes que haya tenido con las producciones pasadas, Godzilla se defiende por su compleja narrativa, táctica militar, contexto urbano y desarrollo de personajes. Esto último es lo que nos impulsa a importarnos por lo que está sucediendo en pantalla. Edwards sabe el valor que tiene una vida humana y más si forma parte de una familia. Este contacto se aferra a nuestros sentimientos y por tanto es difícil no sentirnos preocupados.   

Aaron Taylor-Johnson no es un extraño en esta clase de situaciones extremistas aunque lo parezca. A sus 23 años es definido por sus papeles en Salvajes y Kick-Ass, pero básicamente aquí es donde se gradúa como un héroe de acción y por tanto comprendo su contratación como Quicksilver en la futura entrega de Los Vengadores 2.  De principio hasta el fin, nos mantiene no sólo al borde de la acción sino de nuestras emociones.

La química que comparten Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen es genuina por el poco tiempo que se les dio y curiosamente también ella lo acompañará en Los Vengadores 2 como su hermana la Bruja Escarlata. Las escenas de Olsen serán más tranquilas, pero eso no reduce su importancia en la trama puesto que su presencia es necesaria para darle un motivo de persistencia al personaje principal.  

Entre algunos del reparto: Bryan Cranston es magnífico como Joe Brody, además de posicionar esta película en sus primeros quince minutos. Por otro lado, Ken Watanabe está perfecto como el Dr. Serizawa. Esa seriedad respaldada por su profunda preocupación nos hace prestarle atención a sus diálogos. Me hubiese gustado haber visto por lo menos una interacción entre Cranston y Watanabe, pero me conformó con haberlos visto.

Tampoco nos olvidemos de Sally Hawkins, Juliette Binoche, David Strathairn y Richard T. Jones, en conjunto con los extras cumplieron con las expectativas requeridas de hacernos sentir ese peligro inminente. Esto a su vez se conecta con el departamento de efectos especiales y edición general. Vaya manera de reinterpretarse los escenarios, esas pausas visuales dentro  de la tenebrosa cinematografía rematan en una extraordinaria experiencia.

Si hubo un par de encuadres sucios, probablemente justificados. El sonido te mantiene atento y uno esperaría lo peor a consecuencia de la melodramática banda sonora de Alexandre Desplat. Dicho en buena forma porque la composición musical maneja tonos que ponen a uno nervioso aunque no se quiera. Si tuviera que elegir entre las mejores escenas serían: la introducción, el descubrimiento de Godzilla, el tren, el salto de Halo y la batalla final.

En conclusión: es una experiencia extraordinaria que no cualquiera de su género nos podría dar y no hablando visualmente sino emocionalmente.  

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