lunes, 7 de abril de 2025

Mi primer y último viaje a bordo del USCSS Covenant

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 Al principio me costaba trabajo creerlo, pero el haber sido seleccionado por la compañía de Weyland-Yutani para formar parte de los 2,000 colonos y 1,140 embriones humanos con destino al remoto planeta Origae-6 era tan emocionante e imposible de creerlo en todos los sentidos.

Desde que era niño, soñaba con viajar al espacio, irme de este aburrido planeta Tierra y formar parte de una gran travesía espacial. Obvio que mis padres no les sentó bien que su pequeño se saliera con la suya después de convencerlo de lo contrario por casi veinte años. La ventaja de no tener una pareja o hijos también facilitaba el no sentirme forzado a quedarme.

Conocí el amor de mi vida cuando apenas era un adolescente, pero no funcionó y por un tiempo tuve la esperanza hasta que quedó embarazada y terminó yéndose a vivir el sueño americano con su nuevo esposo. Descubrirlo en su red social me mató; por decir que sentimentalmente y mentalmente estuve perdido hasta que recapacité y comencé a reconectar a través de la búsqueda por hacer realidad mi sueño.

Mi madre solía molestarme con esas tonterías que se decía del Prometeo con tal de sacarme esta “tonta idea de mi cabeza”. Mi padre me apoyaba, pero para no meterse en problema, no lo decía y mi hermano cada que podía me restregaba en la cara que este teatrito era porque no podía soportar la idea de vivir en el mismo planeta en el que vivía la chica a la que jamás volvería a poder amar. Al menos mi cuñada me defendía al tratar de hacerle entrar en razón.

Dijeran lo que dijeran, lo entendía, estaban preocupados al igual que yo lo estaba, pero no por mi supuesta escapada sino por el futuro, porque una vez fuera de aquí, no habría retorno. Así que sólo podía desear que estuviesen con bien. A eso se llamaba amor y por tanto era imposible el no preocuparme por mis seres queridos y viceversa.

Estaría mintiendo si dijera que no tenía miedo porque si lo tenía y mucho que no dejaba de tronarme la nariz a cada rato. Bien sabía en lo que me estaba metiendo, estaba consciente de lo que estaba dispuesto a hacer y a sacrificar.

Todo aquí en la Tierra era trivial, electrónico, a duras penas nos mirábamos la cara, así que se me hacía tonto que ahora les importara tanto el vernos físicamente cuando cada vez que me encontraba con ellos, a duras penas despegaban su vista de los celulares.

Ahora que lo pienso, desde niño me sentía un forastero. Nada más no encajaba con la familia. Lo único en lo que pensaba era salir corriendo para no tener que lidiar con ese vacío que me producía el estar sentado en el sofá de los solterones con los brazos cruzados. Por decir que ya ni se molestaban en preguntarme cuando la esposa y el niño, y es que no daba señales por ningún lado.

Quería creer que por eso había sido elegido para hacer el viaje, por no temerle a la soledad, a estas alturas ya me había acostumbrado a estar solo. El quedarme encerrado tampoco era problema. El estar acostumbrado a ese estilo de vida me benefició para sobresalir en el programa, eso y mis pruebas tanto psicológicas como físicas.

No voy a mentir, las pruebas fueron brutales, pero al final valió el haber estado restringido e incomunicado. Por no querer referirme a esta experiencia como una prisión. Lo fue, pero más en el aspecto mental. Tan así que lo mejor fue no volver a ver a mi familia, no quería caer en una crisis justo cuando estaba a unas cuantas horas de abordar la nave colonizadora.

El tener esta monstruosidad enfrente de mi me dejaba sin aliento. A diferencia de las otras, este transporte se caracterizaba por su estructura prolongada, cada pasillo o túnel se conectaban a los distintos módulos que la componían de los cuales me hubiese gustado haberlos explorado, pero eso era el privilegio solamente de los quince especialistas que fueron seleccionados para conformar la tripulación a cargo de la misión.

Al menos tuve la oportunidad de visitar el módulo de terraformación por la esposa del capitán, creo que se llamaba Daniels o Danny, algo por ese estilo, fue emocionante pasar por la cámara 17 después de haberse deslizado la compuerta C-62. Tuvimos que agarrar un par de linternas porque yacía un poco oscuro, estaban tratando de ahorrar lo más que pudieran de energía para el despegue del cual no podría siquiera presenciar por encontrarme en hibernación.

Ahora que lo mencionaba, la idea de pasar años encerrado en una de las 2,000 capsulas de crio-sueño seguía sin convencerme del todo. No obstante, si ese era el precio a pagar, no me quedaba de otra más que hacerlo. La verdad que me sentí agradecido con Daniels, de que me hubiese compartido de que en el almacén tenían mucha madera y herramientas de carpintería para construir una cabaña con su esposo al lado de un lago que había en Origae-6.

Empezaba a creer que su intención al contarme esta historia era para tranquilizarme, no puedo explicarlo, era como si ambos compartiéramos ese deseo de empezar una nueva vida, una que no pudimos tener el tiempo que estuvimos en la Tierra.

Finalmente, me acompañó a la Guardería en donde se hallaban las miles de cápsulas criogénicas. Hacía mucho frío, y no ayudaba que tuviéramos que estar en ropa interior. Lo recalcaba porque no paraba de temblar, quizás eran los nervios, o de darme cuenta de que estaba a punto de abandonar la Tierra y para siempre.

En serio iba a hacer lo que nadie creyó que llegaría a hacer, irme de este maldito planeta y vivir una verdadera y épica aventura allá afuera. No tenía por qué tener miedo, todo iba a estar bien porque finalmente me dirigía a donde sí pertenecía de verdad y aunque me dolía no haberme despedido de mi familia, por nada en el mundo me echaría hacia atrás, así que, cerré los ojos y callé mi mente mientras me adentraba en el interior de la capsula con la ayuda de Walter, el sintético.

Nunca había tratado con un robot y he aquí arropándome mientras mi vista apuntaba al techo. Por más que quiso ayudarme a callar mi mente, fue imposible, y más cuando bajó la compuerta para quedarme completamente aislado y limitado.

Opté por mantener los ojos bien cerrados y relajé mi cuerpo conforme programaban la capsula en la que me encontraba atrapado. Casi casi era como estar en un ataúd, eso creo fue lo último que pensé porque cuando menos lo esperé, dejé de existir o eso creí.

Era difícil de explicar, pero podría jurar haber escuchado lo que pareció ser una especie de tormenta eléctrica, eso o los gritos de una mujer. En momentos como que se filtraba la voz de Madre, la inteligencia artificial del Covenant la cual nos advertía sobre un intruso, no estaba tan seguro de que tan real era esto, porque seguramente era producto de mi subconsciente por el estado en que me encontraba.


Para mi alivio, pude verme de pie caminando por el puente, aproveché para acercarme a las ventanas para ver el espacio exterior, pero un ruido me hizo ponerme en alerta ya que no estaba solo, había algo acechando entre la oscuridad del extenso pasillo que conectaba a este centro de mando.

Conforme me adentraba a esa negrura, pude distinguir un par de dientes relucientes y una cola puntiaguda que a duras penas se percibía entre las sombras, sentí tanto miedo que me eché a correr, pero de un gran salto la bestia cayó encima de mí y en eso desperté ante una alarma que no paraba de sonar dentro de la cámara.

Me sentía mareado, con muchas ganas de vomitar y el estar inmovible me causaba una desesperación porque no quería hacerlo aquí adentro. Además, estaba desorientado, no tenía ni puta idea de que estaba pasando, ni entendía la situación en la que me encontraba. Irónicamente me faltaba aire y lo decía de esa manera porque no podía respirar a pesar de la constante oxigenación que brotaba en mi cara.

Y justo cuando estuve a punto de vomitarme encima, la compuerta se deslizó y Walter me recibió con una cubeta en donde apenas alcancé a tirar la asquerosidad que llevaba adentro. Que horrible sensación, desde niño mi temor había sido vomitar, lo odiaba y lo seguía odiando y bien que sabía que era uno de los efectos secundarios de haber estado en criosueño por demasiado tiempo.

—Tranquilo Adrián —me recibió el sintetico con su programada amabilidad—, soy David, estoy para ayudarte.

Como que algo me brincó en mi cabeza y por el estado en el que me hallaba tardé un poco en darme cuenta de que se trataba de su nombre.

—¿David? —pregunté tratando de controlarme— ¿No te llamabas Walter?

—Cierto —el sintético agachó su rostro emulando una disculpa—, soy Walter.

Me pareció inusual que un ser artificialmente programado pudiese equivocarse, pero quién era yo para criticar, después de todo nunca había tratado con sintéticos hasta ahora.

—Ok —puse la cabeza cerca de mis piernas para frenar las ganas de seguir vomitando.

David o Walter esperó pacientemente a mi lado, mientras recuperaba mi postura recta.

—Iré a traerte algo de comer.

—¡No! —lo detuve al instante, el sólo hecho de imaginarme cualquier alimento me produjo esas malditas nauseas. Era obvio que necesitaba que pasara un rato más para recobrar el apetito.

—En ese caso sugiero te dirijas al módulo de enfermería, después de todo estuviste siete años en hibernación, así que sería necesario hacerte un diagnóstico para ayudarte a mejorar tu bienestar.

—¡Qué! —pegué un grito que hasta las náuseas se me quitaron— ¡Siete años en ese ataúd! ¡Pero se supone que debían haber sido once y resulta que faltan cuatro años todavía! ¡Y dónde carajos están los demás!

No entendía lo que estaba sucediendo a mi alrededor, no había nadie más que yo y el sintético en esta especie de Área 51 por como yacían las cápsulas, unas encimas de otras.

—Necesito que te tranquilices Adrián —insistió Walter.

—¡Cómo quieres que me tranquilice!

Me apreté las sienes y cerré los ojos porque necesitaba respuestas, y las necesitaba de inmediato.

—No tienes nada de qué preocuparte —aseguró Walter—, para eso estoy aquí. Para proveerte una respuesta y por consiguiente, una solución. Te aseguro que averiguaré lo sucedido, pero primero necesito que te calmes y por ello, la importancia de dirigirte al modulo de enfermería. Sólo sigue el pasillo, pasarás por la cámara de la tripulación y justo a la vuelta dará con el lugar.

Sólo asentí y comencé a dirigirme hacía la dirección señalada, no sin antes hacerle una pregunta muy importante.

—¿Cómo sabes que me llamo Adrián?

Como que era una respuesta demasiada lógica, pero aún así necesitaba escucharla.

—Como supervisor del USCSS Covenant —casi podía jurar que el desgraciado había sonreído con malicia—, estoy a cargo de la carga.

—¿Soy una carga? —me sentí ofendido que un pedazo de metal me lo dijera— ¡Es en serio!

—Trata de relajarte.

El que me dijera que me relajara sólo me ponía de nervios.

—Si se trata de una broma —recalqué con insolencia—, créeme que no me da risa.

—En lo absoluto —hasta eso fue cordial, incluso más que mi propio hermano, lo cual era raro—, entiendo el estrés en el que te encuentras y por eso insisto con amabilidad, de que te desplaces mientras averiguo tu caso para que así puedas retomar el crio sueño lo antes posible.

—Está bien —accedí tras darle la espalda y ponerme en marcha.


Al adentrarme a la sala de la tripulación, me di cuenta de que una de las cápsulas estaba flasheando, esto me hizo recordar a uno de los entrenamientos que tuve mientras me preparaba para abordar el Covenant. Se trataba de una llamada a través del sueño, por lo que estaba seguro que quien estuviese ahí dentro, estaba tratando de comunicarse con alguien en el exterior.

No pude resistir dirigirme hacía esa luz, sin dejar de mirar en momentos atrás de mí por si Walter aparecía porque seguramente no estaba permitido dicho contacto para “civiles” por así decirlo. Puse la palma de mi mano sobre el cristal y para mi agradable sorpresa, el interior se iluminó revelando el rostro familiar de Daniels, excepto que ahora el monitor la presentaba como la Capitana de la nave en la que nos encontrábamos abordo.

Esta revelación me impulsó a ponerme el visor para comunicarme a través de la mente, y tras un ligero apagón en mi mente, me encontraba con Daniels dentro de una realidad virtual. El verla preocupada me contagió de la misma tensión.

—¿Eres tú Adrián? —detecté un poco de entusiasmo en su voz.

—Sí —asentí esperanzado y dudoso—, eso creo.

—¿Es esto real? —Daniels pensó lo mismo que yo.

—Podría decir lo mismo —sabía que esto era tonto, pero no tenía idea de que otra cosa decir para darle un sentido a lo que sea que fuese esto.

—¿Qué pasó? —se acercó a mí, intentando tocarme pero era posible a través de este medio porque se trataba de un enlace neuronal.

—¿Es que no sé a qué te refieres? —empecé a desesperar al tener más preguntas que respuestas.

—¿Está David contigo? —su mirada se tornaba hacia todos lados.

—¿David? —cuestioné— ¿No se llamaba Walter?

En eso su mirada se concentró en la mía.

—Tienes que regresar allá e interrumpir mi crio-sueño.

—¿Pero no sé cómo? —mis manos comenzaron a temblar.

—Sólo pon tu mano sobre la cápsula y busca la opción que diga interrumpir criosueño, pero tienes que hacerlo ya, tu vida como la mía y la de los dos mil colonos están en riesgo.

—¿Debido a Walter?

—¡Esa cosa no es Walter! —me regañó— ¡Te lo explicaré todo pero primero tienes que ayudarme a sacarme de aquí! ¡Pero Ya! !Muévete!

Posterior a sus desesperantes gritos, me quité el visor de inmediato sólo para toparme con que Walter yacía a un lado de mí. Del tremendo susto, di a dar al suelo y sin pensarlo, empecé a arrastrarme hacia cualquier salida.

—Oh, si tan sólo no hubieses estado de curioso.

Walter se mantuvo inmóvil conforme me miraba haciendo el ridículo.

—Walter —expresé al darme cuenta que ambas compuertas a esta sala yacían cerradas.

—No tienes que fingir —aclaró mediante un gesto psicótico—, bien sabes que me llamo David.

—A decir verdad, no tengo la menor idea de quién eres, qué eres o qué está pasando —empecé a llorar al desear estar en mi casa con mis padres—. ¡No sé nada!

—Oh Adrián —me miró con un enfermizo deseo— sabes mucho más de lo que piensas y de lo que callas.

—Yo sólo quiero regresar a dormir —me costaba pronunciar mis propias palabras, porque este miedo sí que me tenía paralizado de pies a cabeza— Por favor, no me importa lo que sea que esté sucediendo, sólo quiero dormir.

—¿Estás seguro?

Asentí con una falsa esperanza conforme me ponía de pie para dirigirme hacía éste.

—Sólo por qué lo pediste amablemente.

En eso me tomó del brazo y me lo apretó para obligarme a arrodillarme.

—¡Me estás lastimando! —grité al sentir el tremendo ardor.

—Descuida —susurró con frialdad—, esto tomará un minuto.

—¿Qué tomará un minuto?

David se dirigió hacia la antesala que daba a la bahía de las cápsulas de los colonos.

—Madre, usa el código 73694-B.

La enorme compuerta A-22 se deslizó y una criatura tipo pulpo comenzó a dirigirse hacía donde estábamos.

—¿Qué diablos es eso?


David puso su dedo en su boca para hacerme guardar silencio.

—Tranquilo, esto pasará pronto.

Enseguida perdí la cordura conforme la criatura se dirigía hacía mí, y por más que gritara o diera de manotazos con la otra mano, esa asquerosidad se adhirió a mi cara y en segundos mi vista se nubló. No supe cuánto tiempo estuve inconsciente, pero cuando desperté, seguía en el mismo lugar. Mejor dicho, seguía en el mismo infierno.

—¿Qué rayos pasó?

En mi mente me aferraba a creer que todo esto había sido una terrible pesadilla.

—Enhorabuena Adrián —me felicitó David—, de verdad que eres especial.

—¡Qué carajos me hiciste!

—Un milagro.

Hice un gesto de no entender, y era verdad que no entendía nada de lo sucedido.

—Eres justo lo que necesitaba.

—Explícate —supongo que dentro de mí sabía que no saldría de esta. Por más que odiaba decirlo, mi madre tenía razón, siempre la tuvo y yo fui un tonto por nunca escucharla.

—Tu sangre es rh nulo —reveló algo de lo que yo estaba consciente—, justo la que necesitaba para perfeccionar mi gran obra.

—De qué rayos estás hablando! —quería sacárselo a golpes, pero no serviría de nada.

—Muy pronto lo sabrás.

En eso sentí un intenso dolor en mi pecho, que me puse la mano conforme me daban los espasmos. Era como si tuviese algo dentro de mí y quisiera salir.

—Y lo mejor de todo es que conociste a Daniels —volvió a sonreír para mi enfado—, creeme cuando les digo que sus sacrificios jamás serán olvidados.

—¡Qué maldito sacrificios! —empecé a revolcarme por el suelo del tremendo dolor— ¡Que tonterias dices!

—Por carecer de antígenos, tu sangre es perfecta para mezclarse con la de Daniels y así establecer el siglo de la vida mediante una reina —el maldito sintético estaba tan feliz que literalmente me estaba matando.

—Siéntete orgulloso Adrián —empecé a gritar de dolor conforme la sangre brotaba de mi pecho—, al final resultaste importante gracias a tu sangre dorada de la cual son pocos los que la tienen…

David siguió diciendo estupideces de las que ya ni prestaba atención, y menos cuando algo parecido a un lagarto brotó de mi pecho. Era difícil de creer que esto realmente estaba sucediendo. Y conformé moría, escuché los agudos chirridos de esa bestia. Estaba en estado de conmoción, pero tratándose de mis últimos segundos de vida, decidí enfocarme en el último buen recuerdo que tuve con mis padres, mi hermano, mi cuñada e incluso pensé en aquella chica a quién nunca dejé de amar.

Fui un tonto en ese entonces y lo fui de nuevo ahora, sólo esperaba y David no se saliese con la suya, esperaba que la raza humana no estuviese en extinción como lo deseaba David. Me hice tonto, debo confesar que no fui seleccionado por quién era, sino por lo que tenía dentro. Tal como lo dijo David, somos escasos quienes tenemos este tipo de sangre, esa con la que sueñan los científicos porque es perfecta para experimentar y era más que obvio que por ello fui elegido por Weyland-Yutani.

Pero quise creer que era especial y nunca lo fui y por esa estupidez estaba pronto a morir como un conejillo de indias, traicionado por mi propia sangre. Poco a poco sentía como mi mundo daba vueltas, mi espíritu comenzaba a desprenderse de mi cuerpo y sólo esperaba que allá afuera en el espacio pudiera encontrar el camino directo al cielo.

Esperaba y reencontrarme con mi familia en la otra vida, así es, estaba tan cerca y tan lejos de regresar a casa que hice hasta lo imposible por ser lo último que lograra ver antes de morir y lo fue para mi tranquilidad, por lo menos lo fue.

Mi nombre es Adrián Andrade, y este es mi primer y último viaje a bordo del USCSS Covenant, Madre, si puedes escucharme a través de nuestros sueños, quiero decirte que te quiero y que lo siento, siento mucho no haberte hecho caso como debí haberlo hecho cuando me dijiste que luchara por ella.

Si tan sólo hubiese escuchado, de seguro mi vida hubiese sido otra, pero él hubiera no existe así como yo ya no existo ahora.