martes, 31 de diciembre de 2024

Un Monstruo Me Hace Llorar

 “Tu vida no la escribes con palabras, las escribes con acciones. Lo que piensas no es importante. Lo único que importa es lo que haces”.


Esta frase es una de muchas que me llegaron cuando vi por primera vez la adaptación española-británica de Un Monstruo Viene a Verme. Un drama de fantasía en toda la extensión de la palabra que llega a sentirse tan real no sólo por la forma en que conectamos sino por la manera en que esta nos atraviesa el cuerpo, la mente y el corazón. Por decir que nos ofrece mucho más por estar enraizada en la tierra, literalmente hablando.

Tratándose de uno de mis títulos esenciales por sentirlo tan personal, confieso que no me es fácil de analizar, dado que a duras penas se me vienen las palabras por el miedo de no hacerle justicia conforme la uso de ancla para añadir mi humilde retrospección, y es que es así de importante la considero que también quiero promoverla al verla como pasa desapercibida cuando no debería ser el caso, no cuando se desprende una voz en su narrativa que a cualquiera puede ayudar, al menos a mí me ayudó en ese entonces y lo sigue haciendo ahora.

Ciertamente ayuda bastante que el autor Patrick Ness haya sido el encargado de readaptarla en un guion de cine. Lo menciono porque no sólo mantuvo la esencia sino incluso la mejoró al volverla visualmente conmovedora y artística en su diseño de producción. Y es que Juan A. Bayona captó el mensaje con tanta eficacia que supo dirigir a todo su equipo para conseguir una obra maestra que es valorada por quienes hemos tenido la bendición de verla e incluso leerla.

Es importante señalar que Ness se respaldó en la idea original de Siobhán Dowd, autora que no pudo terminar la obra debido a su muerte prematura. Ness decidió retomar el relato y agregarle de su propia cosecha convirtiéndola en una necesaria historia para todas las edades. En efecto, nadie debería de perdérselo por resultar en una cura para el alma tormentosa.


Yo no tenía ni la más mínima idea sobre la existencia de esta película, mucho menos del libro: al sólo ver entre los créditos a Felicity Jones (Rogue One), Sigourney Weber (Alien, Avatar) y Liam Neeson (Star Wars: La Amenaza Fantasma) fue suficiente para reproducirla en el año 2016 y vaya que no decepcionó en lo absoluto, al contrario, recibí un tan necesitado golpe de conciencia como nuevamente aconteció al redescubrirla nueve años después de haber dicho que leería el libro.

Nunca se es tarde o, mejor dicho, las cosas suceden en su debido momento porque a decir verdad, me urgía la visita de este monstruo aunque las lágrimas volvieran a rodar porque vaya que sentí que lloré más esta vez posiblemente por tener muy presente la lectura del libro en mi cabeza. Bueno, de alguna forma mi conciencia necesitaba despertar para darme cuenta de lo contradictorio que me había vuelto al asumir que todo en mi vida estaba mal cuando no lo estaba, al menos no del todo. incluso viceversa.

La realidad es percibida de diferente forma y a través de estas historias, descritas como criaturas salvajes, que nos narra el monstruo, nos recuerda la prisión que nos hemos creado en nuestras cabezas al ocultar la verdad, aquello que verdaderamente sentimos y preferimos no sólo callarlo sino sepultarlos bajo una mentira con tal de sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás y es ahí donde nos empezamos a pudrir por dentro por más que finjamos en el exterior.


Sí que ayuda percibir el trancazo emocional a través de un niño de 13 años porque sólo así es como podemos bajar nuestras defensas y simplemente dejarnos enseñar con ese monstruo “imaginario” que viene a visitarle ahí en los confines de su propia mente. Tal vez, ese monstruo sea una proyección de la propia conciencia que ha despertado para hacernos entrar en razón y a su vez, curarnos el corazón roto mediante lágrimas. Incluso podría tratarse de un ángel, después de todo, la creencia es la mitad de la curación.

Tanto película como libro son un complemento perfecto entre los dos y con 200 páginas a leer en conjunto con una duración de 100 minutos, no hay excusa como para no darle una oportunidad. Mejor dicho, para darle a uno mismo esa oportunidad como yo me la he dado en esta segunda ocasión logrando así despejar mi mente, liberar mi dolor, soltar el llanto y redescubrir mi verdad en las palabras de Ness y en la dirección de Bayona.

Antes de concluir con mi perspectiva personal, quiero primero analizar el libro y la película. El autor Patrick Ness maneja una prosa entendible, directa, veloz y sobre todo fácil de leer. Desde la primera página te enganchas, es más, el prólogo por Bayona es sutil y necesario al mostrarnos lo bien que yacía enterado del relato. Es que no hubo falla alguna en la transición, sino mejoría y hasta atracción visual.

Con cada acción descrita en los cuentos contados, estos cobran vida en nuestras mentes gracias a la imaginación que estos nos despiertan. Podía ver cada uno de los escenarios en lo que se perdía el joven Connor, inclusive dibujar la intensidad de sus emociones y escuchar esa voz proveniente de su mente tormentosa, que por más que silenciaba, lo obligaba a enfrentarla a través de una repetitiva pesadilla de la cual no tenía escapatoria.


El miedo de perder a su madre cambia de significado cuando entendemos que la figura de la madre podría ser ocupada por cualquier otro temor o trauma. La pesadilla en sí es un acto simbólico. Proyectándose en estas historias es como uno logra procesar las crisis existenciales, y contar con una película, me ha facilitado el camino porque Lewis MacDougall dejó su huella a tan temprana edad gracias a su tremenda madurez en la que se destacó. Si uno como adulto, a duras penas se permite quebrarse, ahora verlo en un niño que como su abuela se lo dice, no debería de comportarse como un adulto aún ante la cercanía de la muerte.

No hay mejor medicina para tratar la incertidumbre y la muerte que Un Monstruo Viene a Verme, y más cuando Liam Neeson prestó su voz como el Monstruo porque cuando éste habla, todos escuchamos. Así de fuerte es el rango vocal de Neeson, y no se diga de Jones y Weber que cuando se sostienen de la mano del pequeño MacDougall en la escena de despedida entre la madre, hijo y abuela, resulta satisfactoriamente desgarradora y catártico.


Por Dios, como lloré y lloré por ese momento tan frágil al verlos a los lados opuestos de la camilla, juntos y unidos. Principalmente ver a la madre reconocer la presencia del monstruo de su infancia y agradeciéndole con la pura mirada, resulta emocionalmente satisfactorio porque sabemos de antemano que así como la acompañó en la pérdida de su padre, también lo hará con su hijo.

Sí que suelo ser un llorón pero que escena aquella en la que Connor confiesa su terrible e inocente verdad de no querer soltarla cuando minutos antes lo deseaba con tal de terminar con su agonía, y con agonía me refería a tanto a la de la madre como la del hijo. Una pesadilla desenvuelta con una brutal honestidad que se siente el dolor que se desprende de este sentimiento tan terrible y tan humano a la vez ante la culpa y el remordimiento que la caracterizan.

Es inevitable no sentirlo y reconocerlo en aquellas miradas que desean morir para así librarse del dolor. Ese dolor experimentados en ambas partes. Lo que el monstruo pretende es enseñarnos a desprendernos de las mentiras con las que nos aferramos a cubrir ciertos traumas y aceptar la realidad por más trágica que llegue a convertirse.

El miedo nos acecha, nos hace escondernos detrás de la verdad con una mentira que tarde o temprano se va a romper con nosotros mismos. Tampoco ayuda el que los demás decidan dejarnos solos, es un grave error porque lo que se necesita es compañía para lidiar con ese dolor, sin importar la ausencia de palabras. A veces llegamos a creer que somos invisibles cuando realmente es la gente la que se acostumbra a no vernos, e irónicamente quienes suelen ser vistos, suelen sentirse igual que los invisibles.


Me fascina lo rígida que se comporta Sigourney Weber como la abuela: atenta, dura y capaz, principalmente honesta al entender a su nieto y aceptar que no serán compatibles pero que depende de ellos aprender y adaptarse porque al final, son familia por tener en común a su madre. La escena en el carro con Lewis es impactante por sí sola como los momentos secos que comparte con Toby Kebbell al hacerla de su padre.

Haber visto primero la película, me facilitó recrear los distintos escenarios en mi mente conforme leía el libro por primera y única vez. El efecto acuarela es novedoso y tal vez haber reducido la participación de la amiga de la escuela funcionó para darnos ese aire de soledad en Connor. Encontrarnos también con un Connor que no le teme a la muerte, sí que precisa mucho de nuestra atención por ponernos a pensar con suma seriedad.

Las cuatro historias que nos relata el Monstruo me han dado mucho a analizar con respecto a mi persona, mi vida y lo que me rodea, o, mejor dicho, la forma en que percibo mi contexto. El príncipe que asesina a su propia novia para culpar a la bruja que deseaba quedarse en el poder tras ser acusada de asesinar a su padre El Rey me hace reforzar mi postura de que todos tenemos luz y oscuridad en nosotros mismos.

No hay malos o buenos como se nos han inculcado, pero nos rehusamos a creerlo, porque en nuestra mente no cabe que un Príncipe tan querido que reinó bien pueda ser capaz de haber derramado sangre inocente. En el caso de Connor, esto hace referencia a su abuela y a su padre, ya porque la abuela sea dura con éste o que su padre haya decidido formar otra familia, no los hace malas personas, mucho menos villanos.

La realidad es que nadie es inmune a equivocarse o de cometer actos atroces, depende de nosotros decidir que clase de personas queremos ser y eso se define a través de acciones y no pensamientos, porque de por sí solo, nuestros pensamientos nos condenarían por todo lo malo que suele abundar y más cuando bloqueamos el corazón para no sentir.


La segunda historia del Boticario, aquel que rechaza salvar a las hijas de un Pastor tras haberle hecho su vida un infierno por estar ajeno a su religión. La fe es la mitad de todo, sin fe, no se tiene nada. La otra mitad recae en la duda, dudar nos ayuda a conectar, a estar a la defensiva, a no dejarnos engañar y por más duro que se haya comportado el Boticario, comprendo el que no haya decidido meter las manos por alguien cuya profesión era predicar la fe.

Aquí era cuestión de actitud, fortaleza, de unificar ambas creencias, no de sacrificar una, si el pastor se hubiese permitido mantener su fe a la mitad en vez de sacrificarla por completo, quizás el Boticario hubiera entrado en razón. Sin un granito de fe que nos sostenga, es inevitable que no caigamos en la oscuridad, en donde dependeremos de llamar a un monstruo para hacernos resurgir, hacernos notar o incluso ayudarnos a destruir todo lo que nos acecha a nuestro alrededor para así sentirnos libres y sin ataduras.

Independientemente de que la madre de Connor estaba destinada a morir, la fe de ambos fue lo que les permitió seguir disfrutando de su relación de madre e hijo por mucho más tiempo. En cuanto a esa terrible verdad a la que se ve obligado a enfrentar Connor, es la misma verdad con la que todos soñamos día y noche. En su caso, era la enfermedad terminal de su madre, en mi caso era poder ser yo mismo posteriormente de no habérmelo permitido ser desde que era niño.

Esa era mi verdad a la que le temía, el tratar de ser otro distinto a yo por más que quisiera imitar o fingir. Tenía que aceptar que no era bueno, pero tampoco era malo, sino que me encontraba en la lucha por ser la mejor versión honesta de mí mismo.

Que no podré sentir al espíritu santo como aquellos que se retuercen en las iglesias, que me cuesta creer al 100 por siempre andar cuestionándolo todo… pero como lo dijo el monstruo, sólo tenemos que ser honestos con nosotros mismos y decir la verdad, siempre.

No merecemos morir por una mentira, sino tenemos que vivir por la verdad por más terrible que sea porque sólo está en nosotros cambiarla mediante nuestras acciones. Las palabras se las lleva el viento, pero las acciones se quedan para siempre en nuestra mente y en las de los más cercanos a nosotros, porque nunca estamos solos.


Todo lo que hacemos afecta para bien o para mal. Incluso el quedarse callado, reprimir las emociones suele terminar en destrucción ante la urgencia de explotar y sacarlo todo, lo cual es un arma de doble filo, necesario e innecesario dependiendo de la madurez o inmadurez. Dicho por la escena en la que Connor destroza la sala de su abuela y esta se queda sin poder decirle nada, ese gesto de impotencia y comprensión en la expresiva de Weber merecía un Oscar que hasta duele que ni siquiera la hayan nominado.

Aquella escena junto con el discurso final de la madre de Connor al decirle que esta bien que esté enojado, que si no quiere hablar con ella, que si necesita destrozar cosas, que lo haga, que ella lo comprende y por tanto le pide que cuando mire hacía atrás, sepa que está bien. Ese momento junto con la del Monstruo impulsando a Connor a soltar a su madre como a declararle que no quiere que se vaya, me partieron el corazón que me fue imposible contener mis lágrimas, y no me avergüenzo de ello.

Todos tenemos un monstruo dentro de nosotros que cuando llegamos a necesitarlo, lo llamamos para que nos haga entrar en razón con la verdad, nos ayudé a conectar con nuestros sentimientos y no nos perdamos en uno de los millones de pensamientos negativos que abundan en nuestra mente tal como lo presenciamos con el pequeño Connor.

Sin duda, un libro y una película muy importante que para mí jamás pasaran desapercibidos, aunque siempre me hagan llorar como la vida misma.

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