Esta entrada participa en El Desafío de Peliplat Junio 2025 y puedes darle like en: https://www.peliplat.com/es/article/10062379/como-me-adopto-un-dragon |
Recuerdo lo desconfiado y temeroso que era de los dragones, aquellos monstruos que te rodeaban para luego atacar cuando menos te lo esperabas. Había escuchado las historias de cómo su mordedura te obligaba a recibir una inyección dolorosa para prevenir que el virus se propagara al cerebro.
Bueno, o eso me dijo mi madre una vez que fue perseguida por una de estas bestias. Ella lo recuerda como si fuera ayer cuando venía saliendo de la escuela y de repente un dragón la hizo dar vueltas y vueltas a un carro hasta finalmente alcanzar su pierna y darle una buena mordida, para luego dejarla a solas con su dolor.
Antes de que me contara esta historia, desde pequeño yo ya les tenía terror a estas criaturas del demonio. Tan así que en cuanto venía a una, o le daba la mano a mi madre o me alejaba hasta perderlo de mis alrededores. Por nada en el mundo les quitaba la vista de encima, siempre precavido y sin mirarle a los ojos ya que podían verlo en tu mirada. Incluso olerlo en tu cuerpo y sentirlo en tus pasos.
Se dice que conforme creces, dejas de temerles y en mi situación, fue más indiferencia de cargarme una responsabilidad porque siendo un universitario, lo menos que quería era cuidar de un dragón pulgoso y traicionero. A duras penas cumplía con mis estudios en la mañana y el trabajo en las tardes como para fatigarme de más en las noches cuando lo único que quería era descansar y dormir.
No obstante, el destino tenía un ajuste pendiente conmigo y así de la nada, mi hermano y su novia llegaron a la casa con un hermoso dragón dorado. Era de esas razas prestigiosas de los cuales yo asumí lo habían comprado y ni al caso puesto que dieron con éste deambulando solo por las calles.
Parecía llevar varias semanas por lo sucio que andaba, y el estar ausente de una placa de identificación, ni idea de cómo rastrear al dueño. Además, eran tiempos en que el celular inteligente no existía ni las redes sociales para dar con el o los dueños, así que decidieron por subirlo al vehículo, no sin antes convencerlo durante casi diez minutos porque el dragón se rehusaba a confiar en ellos, lo cual era entendible.
Al igual que mi madre, rechazamos la sugerencia de adoptarlo en un principio. Obvio que mi hermano se haría cargo de ese peludo, mas yo tenía mis dudas. Para empezar, Bryan y yo empezamos con el pie izquierdo, y sí, mi hermano lo llamó Bryan por ese tonto e inteligente perrito de la caricatura de Family Guy.
Como iba diciendo, Bryan y yo empezamos con la pata izquierda, por más que le hablara bonito no dejaba de gruñir. A duras penas podía tocarlo, no creo que fuese capaz de morderme, aunque lo aparentaba al ponerse bravo. Eso sí no dejaba a nadie entrar a la casa, ni siquiera a mi en un par de ocasiones y dado que me encontraba pasando por una crisis existencial ante la falta de amistades en la Universidad y la desconexión que experimentaba con la carrera que yo había elegido.
Un impulso llevó a otro y exploté. Ojo, no recurrí a la agresión ni le puse las manos encima, nunca he creído que a los dragones se les deba de azotar ni muchos menos a los hijos y/o animales. Entiendo que por ser monstruos “traicioneros”, muchos los disciplinen con cintarazos, patadas o agarrándoles del pescuezo ¡No! ¡Absolutamente no! Incluso me atrevo a decir que esos actos de violencia son equivalentes a abandonar a cualquier mascota en las calles sólo porque de un día para otro, uno ya no quiso hacerse responsable. Eso sí que es inhumano.
Lo único que hice fue desahogarme, lloré y grité, saqué mis frustraciones que llevaba en mi cabeza y alrededor de mi cuerpo. En pocas palabras, lo traté a Bryan como lo trataría a mi hermano cuando llegamos a un punto de quiebre. Confieso que hubo melodrama de mi parte, pero era de esperarse y posterior a ello, pasamos varias semanas sin siquiera mirarnos.
Andábamos tranquilos, lo cual era reconfortante. Dije lo que tenía que decir y acepté que no podía obligar a un dragón a quererme como yo me moría por quererlo. Por algo son monstruos, o eso entendí erróneamente porque la distancia entre los dos se acortó en cuanto mi hermano se casó y se mudó a su propio hogar con sus otros dos dragones por lo que no pudo llevárselo.
Ahí fue exactamente cuándo este dragonzuelo comenzó a verdaderamente verme y por consiguiente, cada que llegaba de la escuela o el trabajo, me esperaba en el mismo sitio y a la misma hora. Ahí sentado, entre las rejas y el carro del patio un poco limitado, cosa que a éste pequeño diablillo no le importó en lo absoluto.
Ya con el paso de los meses podría decirse que ambos llenamos el vacío que dejó mi hermano y a pesar de ser una bestia, hallamos el modo de entendernos y hasta comunicarnos mediante tontadas y quejidos. Bueno, más él porque yo ni me callaba y no parecía molestarle como a mi tampoco. A decir verdad, no necesitaba escuchar su voz para saber que me escuchaba, quería creer que mi dragón era diferente de los demás porque siempre hallaba la forma de hacerme sentir mejor cuando andaba triste o molesto.
Como cualquier bestia era un enfadoso, siempre echándoseme encima, empujando o haciendo tropezar a cualquiera que no se diera cuenta que lo traías ahí pegado, quitándome la pelota sin devolverla por lo que yo lo asustaba y le hacía sufrir al tardarme en servirle de comer. Confieso que me fascinaba hacerle de travesuras, pero las vagancias también me las aplicaba a mí, en especial con mi jardín donde casi siempre terminaba sacando lo que yo sembraba.
Ah y pobre que le dijese algo porque él muy respondón gruñía, que por eso le apodamos bipo, por bipolar. De hecho, era el perro de los mil apodos ya que me encantaba referirme a éste como Chuchin, Chucho, pulgoso, pulgas, bestia, bipo, bipolar o el príncipe cuando se echaba al suelo y uno tenía que cargarlo de regreso a casa porque su majestad no quería dar un paso más.
A pesar de todo, había momentos en que era muy cariñoso y solía pararse y colocar sus patitas alrededor de mi pierna como una forma de abrazarme. Le encantaba que le leyera libros o le contara mis problemas, mis tristezas, alegrías e incomprensiones. De todos los seres humanos, irónicamente era este pequeño diablillo quien permanecía atento a cada palabra mía.
Ahí nos encontraban a veces en la banqueta situada en el exterior de mi humilde casa, yo sentado y éste echado a mi lado, con su cabeza recostada en mi pierna derecha. Con los ojos entre cerrados conforme pasaba mi mano por su pelaje dorado que brillaba con la luz del sol. Hablando de momentos inolvidables, momentos eternos que de un día para otro llegaría a su fin a pesar de creerlo imposible. Lo decía con el dolor más grande en mi corazón al descubrir su primer tumor en una forma de bolita en su rostro. El muy pobre se lo había abierto tras rasgarse con la reja puntiaguda que daba a la calle.
Alrededor de ocho años habían pasado cuando salió ileso de su primera operación, y otros tres años más para su segunda y aún riesgoso procedimiento, de la cual se libró; no sin antes ser advertidos de que no habría una tercera. De repente detecté canas en su rostro, cansancio al levantarse y a duras penas corría o ladraba a cualquiera que se acercara a la casa.
Por lo regular lo veía dormido, al menos residía tranquilo porque lo amaba como éste amaba a mi y mi familia. Esto me ponía a pensar con seriedad y es que en un cerrar y abrir de ojos, doce años ya habían pasado de golpe. Era demasiado ridículo, ayer me encontraba tratando de meterlo al carro para su primer paseo en la playa y hoy le susurraba lo mucho que lo amaba mientras permanecía recostado en la mesa del consultorio.
Era terrible sentir las bolas cancerígenas alrededor de su cuerpo viejo y quebrado, había decidido por no cortarle su pelaje de oro porque quería seguir viviendo la mentira de que estaba en perfectas condiciones. Todos lo estábamos como siempre lo habíamos estado. Lo demás era inexistente, literalmente me encontraba viviendo una mentira y de tanto creerla, surgió una falsa esperanza a la cual me aferré con todo mi corazón.
No había nada malo en él excepto que comenzaba a vomitar la comida, a duras penas se podía levantar y una vez parado duraba media hora para acostarse de nuevo. No podía negar que vivía en constante dolor y por tanto eso me volvía en un egoísta al no aceptar que tenía que dejarlo ir. Me lo estaba pidiendo a gritos y lo supe en cuanto me senté a un lado de éste, sólo con verlo a los ojos lo supe en cuestión de segundos.
Aquella profunda y consciente mirada que hasta la fecha nunca he olvidado. No se necesitan de palabras para saber cuando la muerte ha tocado a la puerta. Es parte de la vida, y entre más rápido uno lo acepta, termina siendo mejor para quienes van a morir y para quienes van a seguir viviendo.
Preparado o no, ese momento que tanto había temido había llegado y al no poder armarme de valor, sólo opté por colocar mi mente en blanco y me dejé llevar por el “protocolo”. Un paso a la vez. Al menos me alegré de que este bello monstruo haya decidido dar su última caminata conmigo conforme lo dirigía al carro. Fue la primera vez que no hizo un desastre en el asiento trasero, se la paso acostado todo el camino.
Con un solo vistazo fue más que suficiente para que el veterinario asintiera lo que yo más temía. Realmente uno nunca está preparado y aunque suene tonto, no dejaba de insistirle a mis conocidos de que disfrutaran de sus dragones a cada momento.
—No sólo has sido un buen dragón —exclamé mientras le acariciaba la cabecita como le encantaba—, sino has sido el mejor y único amigo que he tenido en toda mi vida. Te quiero pulgas, te quiero tanto que se me desgarra el corazón de imaginarme un futuro sin ti—levanté la mirada para ver el techo iluminado de una luz blanca cegadora.
Me sentía terrible por no haberle dedicado más tiempo, uno como tonto sufriendo por asuntos inútiles del mundo y hundiéndome en la presión social-laboral al no ser aceptado por los demás ante la oleada de insultos y chismes que solían acecharme desde que dije mis primeras palabras. Nada de eso importaba, pero no pude verlo hasta en el final.
De inmediato, algunas imágenes de cuando le leía libros pasaron por mi mente, eso y cuando me daba de manazos al querer recoger uno de sus juguetes que la misma bestia había destruido. Ah, y como le gustaba pisarme a este canijo, a pesar de estar pequeño tenía mucha fuerza hasta el grado de matar a una rata.
Nunca supimos cómo, sólo llegamos y ahí yacía la ratota en el tapete de la entrada. Aún recuerdo lo terrible que fue recogerla para tirarla al bote de la basura. Eso sí no paraba de ladrar hasta que se le diese su premio, y entre más se tardaba uno, con más fuerza le pegaba a la puerta con sus patitas. Oh y cada que la sacabamos a pasear, era este monstruo el que nos paseaba a nosotros por estar siempre jalandose de la correa.
Eso sí, jamás dejó que nadie se le acercara ni que cualquiera entrara a la casa sin antes sostenerlo. Había sido un dragón de la calle por lo que siempre cargaría con ese trauma del abandono, era evidente en su comportamiento de que también lo habían maltratado dado que cada vez que lo acariciaba se ponía tieso y ante cualquier circunstancia no me dejaba cargarlo porque se enojaba.
Bryan era un luchador y por primera vez había perdido la batalla. No había marcha atrás, el momento había llegado y de mi parte, traté de sostenerlo conforme su cuerpo caía entre mis brazos tras haber recibido la inyección letal.
¿En qué momento envejeció?
Así de la nada su carita estaba llena de canas como si tuviese un antifaz. Inclusive tenía un video que grabé con éste disfrazado de Yoda y yo de Luke. No podía evitarlo, o eso me hizo creer el condenado.
—¿Está sufriendo? —no dejaba de acariciarle su pelaje conforme me hallaba de rodillas sin importarme que en la otra sala estuviesen escuchando.
—No —me aseguró la doctora—, no va a sentir nada, se va a quedar dormido y no va a despertar.
Aquella declaración fue brutal y necesaria, debía escucharlo porque ahora eran los segundos contados que me quedaban a su lado, y aunque estuviese inmóvil y sin pestañear, me iba a quedar con él hasta su último aliento.
—Fuiste un buen dragón —expresé de nuevo, pero ahora con la voz quebrada y sin atreverme a limpiar las lágrimas en mi rostro.
Yo nunca tuve amigos, era un jovencito inseguro, inmaduro, sin voz, impulsivo, reservado, inestable y emocionalmente dañado. Este monstruo, este dragón, siempre estuvo conmigo en las buenas y en las malas, y nunca me abandonó como los demás.
Despedirme no fue fácil, mucho menos verlo morir. Siempre que salía al patio se me pegaba como gato y esa mañana que salí a tender la ropa, se quedó en su casita porque el pobre ya no podía levantarse del dolor que fingía no tener.
Creo que muy en el fondo, este dragón sabía que está vez no iba a despertar y estaba en paz con ello a gran diferencia de mi corazón el cual se quebraba en mil pedazos.
Así que me despedí por la décima vez a pesar de que no me saliese la voz y las lágrimas no dejaran de brotar. No me importó que se tratase de un animal o monstruo como suelen decirles, Bryan había sido mi confidente, en cada crisis en las que me veía envuelto, éste estuvo ahí para escucharme y animarme. Como tal, era el único que conocía mis secretos más oscuros, a lo que tuve que enfrentarme en esos doce años en que estuvo conmigo.
Ahora que mi confidente había muerto, no pude evitar sentir como una parte de mí se había ido con él. Mi corazón estaba quebrado y difícilmente se repondría por lo que necesitaba salir a tomar aire.
—Nosotros nos haremos cargo —aseguró la doctora—, anda, es momento de irte a descansar.
No me quedó más que asentir y abandonarlo. Sonaba terrible pero mi perro ya se había ido y por más que quisiera que volviera, no iba a suceder. De hecho, nada sería igual porque mi vida había perdido el sentido y parecía que no lo volvería a recuperar, o eso creía hasta que pasaron once meses.
Tal vez fue el espíritu quien me impulsó a mí y a mi familia en decidirnos por acudir a una dragonera. Ese sitio en donde tienen a todos los dragones callejeros. Fue tan impactante de verlos en malas condiciones y bajo tremendo frío porque carecían de los recursos necesarios para darles una vida digna. Ay de estas pobre criaturas, bañándolas con agua fría directa de la manguera.
Entre el caos y la tristeza, mis ojos se fijaron en una furia negra de tan sólo cuatro meses y de sostenerlo en mis brazos, simplemente supe la verdad y la verdad era que yo no había adoptado a un dragón sino un dragón me adoptó a mí. Y estaba pasando de nuevo ahora con Enzo, por lo que algo que yacía muerto en mí, revivió y con ello el recuerdo de mi Bryan.
No se trataba de un reemplazo, jamás, porque Bryan seguiría en mi mente y en mi corazón y a través de Enzo, siempre lo recordaría hasta el final de mis días. Dicho eso, alcé la mirada conforme sostenía a mi cachorro, y miré hacía el nuevo amanecer con esperanza, amor y agradecimiento de haber compartido un pasado con Bryan y por tener un futuro con Enzo.