¡Maximus
Vive! ¡Maximus Vive! ¡Maximus Vive!
Fue lo
primero que escuché en la oscuridad en que me encontraba después de haber
creído que había muerto al igual que la mayoría que peleó conmigo o en mi
contra. Tantos nombres olvidados pero por siempre recordados por su familia y
por la grandeza de Roma.
“Maximus,
El Misericordioso” “Maximus, El Esclavo que desafió al Emperador”, “Maximus, El
Salvador de Roma”
Y es que
todo pasó tan rápido y a su vez tan lento, un instante me encontraba liderando
la batalla contra lo que restaba de las tribus germánicas ahí cerca de
Vindobona para luego ser solicitado por el Emperador Marcus Aurelio sobre
ayudarle a restablecer la República en Roma. Obvio que rechacé su pedido al
creer que el viejo bromeaba y vaya sorpresa que me llevé al descubrir que no
era el guerrero ni el filosofo que me hablaba, sino se trataba de Marcus El
Sabio quien en sus últimos días sólo pensaba en ser recordados como aquel de
devolvió la paz y la democracia a Roma.
Sí un
Emperador te pedía que hicieras algo, tenías que hacerlo, no había cuestión
alguna. Aún así habría consecuencias porque Cómodo no lo iba a tomar bien, lo
conocía tan bien que desconfiaba que su padre pudiera ponerlo en orden al ver que
otra persona ajena a éste fuese empoderado por el Emperador a cumplir una tarea
que pondría en riesgo su herencia por nacimiento.
Me retiré
porque necesitaba pensar y no sólo en mí sino en mi familia a quienes me moría
de ver después de 2 años de estar distanciado de ellos. No pude articular el
primer recuerdo porque una voz demasiado familiar me hizo detenerme. Por más incómodo
que fuese, Lucila merecía mi respeto.
Hace
mucho la amé, fue la primera, pero la que no pudo ser por ese asunto del linaje
en nuestras sangres. Estaba destinada para otro así que tampoco pudo ser para
Cómodo, su propio hermano la deseaba que por un momento juraría que sería mi
muerte. Así que, como un caballero de Roma, sobre todo del Emperador la dejé y
he aquí nos volvimos a encontrar en donde menos nos lo esperábamos.
Cuando
estás muriendo uno puede ver la historia de tu vida desenvolviéndose por
completo en un par de segundos, segundos que me costaron ocultar los
sentimientos al igual que ella. No me quedó más que hablar de nuestros hijos,
su esposo fallecido y retomar el camino hacía lo que sería pasar una noche dura
de indecisión.
Y cuando
todo parecía estar claro, que rechazó al nuevo asignado Emperador Cómodo por
haber asesinado a su propio padre. No sé en qué estaba pensando, dentro de mí
sabía que debía jurarle mi lealtad, pero mi honor lo era y por ello terminé
pagando el alto precio. Todos lo hicimos, incluyendo a la misma Roma al
despojarle de un imperio como un imperio se despojó de mi familia.
Debería
estar enojado, lo estuve, pero sólo de un hombre de quien a su vez me ayudó a mantenerme
vivo para llegar a estar frente a frente como Próximo me sugirió. Gánate público
y ganarás tu libertad, y tal parecía ser el caso tras escuchar:
¡El
legado de Maximus “El Inmortal” continua!
¿El
Inmortal? Pero ¿Cómo era esto posible? Yo no era ningún inmortal, de hecho, mi
vida dependía de un hilo porque nadie sabía si pasaría la noche, ni siquiera
Lucila ni su hijo al decidir permanecer conmigo a pesar del caos en las calles
al desconocerse el futuro de Roma.
Roma fue
fundada como una República, si mi sacrificio era garantía de que sucediese de
nuevo, ahora haber sobrevivido cuando se suponía que debía morir, que
significado o inspiración lograría porque al final del día era tan sólo un
soldado, mejor dicho, un gladiador y gladiadores como yo estábamos destinados a
morir.
En un
cerrar y abrir de ojos, recordé a Lucila decirme que me fuera con ellos, en
efecto me fui con ellos porque estuve con ellos, en la otra vida para ser exacto
y segurísimo por lo genial que me sentía. Libre de dolor, sobre todo libre. Además,
recuerdo lo bien que se sintió haber abrazado a mi hijo y a mi esposa, haberles
dicho lo mucho que los amaba y que ya estaba con ellos para el resto de la
eternidad o eso creí al ser jalado de devuelta al purgatorio.
Debí
aferrarme a ellos e intentar jamás soltarlos porque en otro abrir y cerrar de
ojos desperté mediante un profundo respiro del cual nadie se explicaba, mucho
menos yo al experimentar el dolor de mis heridas, en especial la que me causó
Cómodo al querer ganarme con trampa. Confieso que no encuentro satisfacción en
quitar vidas, pero por los dioses como disfruté encajarle su propia daga en la garganta
de Cómodo y escuchar como se ahogaba con su propia sangre hasta dejar de
respirar.
De ahí en
fuera, nada tenía sentido. Acaso ¿será obra de los dioses el que hubiese
sobrevivido? Y si así lo fue ¿a qué fin?
Lo hecho
ya estaba hecho, había matado a Cómodo y había regresado el poder al Senado,
seguía sin entender a qué se debía esto de aferrarme a la vida cuando de mí no
venía tal deseo o siquiera fuerza para seguir caminando entre los vivos por los
siguientes días en que se daban las interminables sesiones en el senado. Por
decir que a duras penas podía respirar y eso que había sangrado demasiado como
para sobrevivir la noche. Insisto, no había nada más de lo que yo pudiera hacer
y mucho menos en este estado tan delicado de salud.
Por
fortuna no era el único ahí en la oscuridad, Lucila seguía conmigo e igual de
confundida al creer que lo que quedaba de mí era sólo el fantasma de alguien a
quien amó en el pasado. Al igual que yo le costaba respirar, pero aun así se
acercó a mí y me tomó de la mano para compartirme un secreto que había cargado
toda su vida. Tenía ya tiempo que me lo quería decir, incluso antes de nuestro
reencuentro y durante mis días de encarcelamiento en el coliseo. Cuando al
final se animó por decírmelo, fue cuando mi resurrección cobró no sólo valor
sino sentido.
El pequeño
Lucio era hijo mío, así de brutal pesaba la verdad porque lo era, no había
cuestión alguna sino puro sentimiento. Podía no sólo sentirlo sino verlo en su
mirada conforme me miraba a mí. Los tres
éramos familia y como tal, debía cuidarla a toda costa, aunque nadie lo supiese.
Cuando éramos
jóvenes, Lucila y yo habíamos compartido una relación y aunque por más breve
que haya sido, el tiempo que estuvimos juntos en secreto fue suficiente para
concebir un hijo. Puedo comprender ahora su instinto de sobrevivencia, lo que
tuvo que hacer para mantener su identidad oculta desde su nacimiento y seguirla
manteniendo para protegerlo de lo que podría estar al acecho.
De
exponerse sería considerado un bastardo y Lucila una traidora poniendo en gran
riesgo el cambio de poder, que igual dudo que sirva de algo porque Lucio ya no
aspiraría a ser Emperador. Por ende, la transición de Imperio a República
debería continuar sin inconveniente alguno, pero sí algo me enseño Marcus es
que siempre había alguien con quien pelear, y aunque se tratase de la muerte
misma sólo quedaba sonreírle de vuelta.
Aparte de
que no podría hacerle eso a Lucio, jamás, después de lo que vivió con ese
maldito tío y haber visto a su madre pasar por las cosas terribles que pasó,
ningún hijo debería haber sido testigo de tales atrocidades y mucho menos en el
nombre de la justicia o libertad. Así que al igual que Lucila decidimos mantenerlo
en secreto, inclusive de éste mismo, al menos hasta que el momento fuese el
adecuado, sí es que llegaba porque ni siquiera pasó el mes cuando una amenaza no
tan lejana como creímos, ascendió sobre Roma.
Se
trataba de Theodosius, el mismísimo General que me enseño todo lo que necesitaba
para sobrevivir y a quien relevé por mandato de Marcus Aurelio por cuestión de
edad no por incapacidad. Theodosius “El Mayor” amaba a Cómodo como si fuera su
hijo, lo cual no molestó a su único hijo llamado también Theodosius quien lo
consideraba como su hermano hasta el grado que ambos tomaron a mal su asesinato
al referirse a este suceso como “La Conspiración”.
De ahí se
agarraron para combatirla en conjunto con la élite, los gobernadores y
eventualmente gran parte de la plebe romana. Incluso el senado optó por
respaldarla provocando que la transición de Imperio a República se fracturara
de forma irreconciliable. “Todo por La Grandeza de Roma” ahora comprendo a las
palabras de Marcus sobre mi ignorancia sobre la verdadera Roma.
A pesar
de ser la única mujer con voz, Lucila no pudo hacer nada y en cuanto a mí, ni
siquiera la legendaria inmortalidad fue tan poderosa como para competir en esta
campaña de poder de la ascendente Dinastía Teodosiana.
Un padre
sólo quiere lo mejor para su hijo, aunque ese padre haya sido Theodosius el
Mayor. Eso lo entiendo y en tan sólo un par de meses logró que su hijo
Theodosius referido ahora como Theodosius I “El Grande” se convirtiera en el
nuevo Emperador, del cual no tardó en retomar la política de Cómodo para
intentar vengarse de su muerte.
Ante el
trágico giro de eventos, Lucila decidió quedarse en Roma para seguir luchando
como lo venía haciendo con su hermano. Después de todo, era una figura
influyente. En cuanto a su hijo. Me permitió que me llevase a Lucius para
desaparecer juntos y esperar a que éste estuviese listo para desafiar al nuevo
Emperador, porque seguía siendo el heredero del Imperio y de esa manera, sólo
él con mi espada podría reclamar el trono, desafiar al falso emperador y volver
a intentar cumplir los deseos de Marcus Aurelio, su abuelo, de transformar a
Roma en República.
Pero el momento
nunca llego, o eso parecía creer porque todo salió mal en los siguientes 20
años que transcurrieron. Mi inmortalidad se convirtió en un mito, porque debía
mantenerme escondido y al ver que eso ponía en peligro a Lucius, decidí mandarlos
lejos de mí y de Roma para que siguiese creyéndose muerto en caso de que dieran
conmigo. Al menos tendría una oportunidad de vivir una vida normal y en
absoluta libertad, algo que tanto su madre como yo nunca pudimos hacer, siquiera
juntos.
Ya no soy
tan joven como alguna vez lo fui, y descubrir que la reciente y misteriosa muerte
de Teodosio I El Grande, sólo complicó más la situación al dividirse Roma en dos
Imperios: Occidente y Oriente, y mejor aún, cada uno asignado con un nuevo
emperador. Seguramente estos gemelos asesinaron a su propio padre para
conseguirlo, después de todo esa había sido la “exitosa política de Cómodo”.
Sí Lucius
quisiera volver al ruedo, tendría que pelear ahora contras dos Emperadores lo
cual es absurdo, pero así es Roma. Nada más no aprendemos. Aún así, no podemos
mantenernos ocultos para siempre, y más tras enterarme a las pocas semanas que
la aldea en donde vivía Lucio había sido atacada. De haber sabido, quizás
hubiera ido a advertirle, pero me temo que cuando lo mandé lejos de mí, lo hice
de una manera en que se le hiciera fácil odiarme y olvidarse de mí.
Hasta la
fecha no sabe que es hijo mío, y preferible que así siga porque de esa manera
podrá sobrevivir y necesita estarlo tras enterarme mediante mis espías de que
su esposa e hijo han muerto.
Terrible saber que padre e hijo comparten el
mismo destino, y literal ahora que se encuentra rumbo al Coliseo Romano para
pelear como Gladiador. Y yo aquí en las sombras sólo con un grupo de rebeldes, y
es que ha pasado mucho tiempo sin que haya tomado una espada. No sé si podría
hacerlo de nuevo, sí mis músculos lo recordarán como si fuera ayer cuando me nombraban
General del Ejército.
¿Qué es lo que debo de hacer?
No soy el
héroe que solía ser, nunca lo fui, Lucila sabría que hacer en esta situación,
pero dudo que sepa de nuestra existencia. Tal vez el momento de pelear sea
ahora, quizás Lucius estaba destinado a desafiar a los nuevos emperadores como
yo lo hice hace 30 años.
¿Pero
debería hacerlo como Lucius Vero o como Lucius Meridio?
No lo
sé.
Sólo sé que debo regresar a Roma lo antes
posible y estando ahí, sabre el por qué no morí hace 20 años, y quizás con algo
de suerte, pueda sonreírle a la muerte de nuevo y finalmente reunirme con mi
esposa e hija, pero como un viejo amigo me dijo hace mucho tiempo:
“Aún no”.
Y en
efecto, aún no.
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