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La vida urbana y la rural se disputan en un duelo de diversos contrastes y emociones de los cuales se verá envuelto Max Skinner al descubrir que tanto la sabiduría y el placer yacen en los lugares más extraños. Y es que hay vidas que no encajan con esos lugares, no al revés como aseguraba Max al referirse egoístamente a la suya de adulto porque en su niñez, sí que era otra persona completamente diferente a la que se había convertido y en muchos sentidos de los cuales iré desenvolviendo conforme avancemos en esta espontánea reflexión personal.
Tratándose de otra de las películas desvaloradas de Ridley Scott, dado que a duras penas cubrió su presupuesto de $ 35 millones con $ 42.2 millones a nivel mundial en el año de 2006, me veo en la necesidad de presentarles Un Buen Año, una comedia romántica protagonizada por el ganador del Oscar Russell Crowe curiosamente apodado Max, el maestro veterano Albert Finney y como siempre introduciendo a bellas mujeres como Marion Cotillard y Abbie Cornish, es innegable lo encantadora e inspiradora que se vuelve la adaptación del autor Peter Maylem, quien sin duda se inspiró en sus propios viajes a Provenza, Francia.
Un viaje que muchos deberíamos de tomar, incluyéndome, aunque inclusive sea a través de esta película la cual termina por atravesarte por lo que está en juego, nuestra libertad de amar, comer bien y disfrutar incluso de los placeres más simples. Y es a través de la Finca La Siroque (Château La Canorgue) donde podemos no sólo acompañar al protagonista sino ser sus ojos y oídos, sentir lo que él siente y cuestionar lo que se nos atraviese en el camino sin dejarse nada oculto, pero siendo aún más importante, la necesidad de conectar con la familia, las personas y el pueblo.
Para quienes aún no han tenido la oportunidad de verla, lo cual es de esperarse porque me temo que se ha mantenido en el fondo en estos 19 años que ha estado disponible. Nostálgicos como yo solemos mencionarla de vez en cuando, en especial cuando sentimos la urgencia de analizar lo que ha sido de nuestra existencia. Para algunos será Comer Rezar Amar, Bajo El Sol de Toscana, La Cabaña… para mí Un Buen Año porque no puedo evitar sentirme identificado con el comportamiento y la frivolidad de Max Skinner, y por cómo se enfrenta a sus propias creencias conforme va conectando con el hermoso y oxidado lugar de sus orígenes.
Y ¿Quién es ese Max Skinner del que tanto pronuncio?
Max Skinner es un corredor de bolsa, astuto e inteligente, directo y duro, sin filtros, sin lazos o conexiones que lo hagan frenar o titubear al momento de tomar una decisión que ponga millones de dólares en juego. Así es, es todo un personaje cuyo carisma nos impide detestarlo en comparación con otros cretinos. Podría decirse que es el patrón que muchos patrones quisieran tener a cargo por sólo depender del trabajo duro y conseguir resultados a como diese lugar.
Como cualquier habitante de la ciudad, sabemos que el dinero está por encima de nuestra libertad porque a través del dinero obtenemos reputación, prestigio, poder y presencia. Que mejor que ser envidiados por lo que tenemos, aunque estemos muertos por dentro. Incluso, el tener el control sobre lo que esté a nuestro alcance es suficiente para sentirnos realizados conforme nos sentamos en un nuestro costoso sofá a tomarnos una botella del vino más caro y conforme apreciamos la inigualable vista del rascacielos que tenemos enfrente del gran ventanal del departamento. Sin duda, hablamos de una vida costosa en tiempo y dinero para quienes aspiran a conseguirlo aunque nos cuesten las 24 horas del día.
Por esa razón, la fotografía y montaje seleccionados por Philippe Le Sound y Dody Dorn merecen bastante crédito por mostrarnos la frialdad, la fugacidad y la tosquedad que representa Londres para alguien como Max. En donde cada rato es ir contra el tiempo, soportando el tráfico, respondiendo a jefes, manipulando, comiendo chatarra y haciendo todo al aventón. Imagino, que con eso pueden darse una idea de cómo es que llegamos a encajar en esos patrones. Lamentablemente de eso va el capitalismo, en generar dinero y lujos disfrazados de comodidades humanas.
Y de la nada, el tío de Max, llamado Henry, muere sin dejar un testamento y por tratarse del único de sus descendientes, por ley de Francia, Max se vuelve en el directo heredero de un viñedo francés, y no cualquier viñedo sino de uno en el cual creció debido a la pérdida inesperada de sus padres. He ahí el destino tocando a la puerta de su corazón para poco a poco ir derritiendo esa frialdad que lo ha cubierto de pies a cabeza en los quince años que dejó de visitarlo.
A parte de ser beneficiado por una suspensión laboral debido a una acción de dudosa legalidad, se ve obligado a pasar una semana en esta adorable y descuidada finca en donde cada rincón habla por sí solo, y visualmente hablando gracias a las breves vivencias mostradas de la niñez de Max. Vivencias que vienen acompañadas de consejos útiles tales como:
“Un hombre debe de reconocer cuando pierde tan alegremente como cuando celebra sus victorias. El no se aprende nada al ganar. El hecho de perder, sin embargo, muestra gran sabiduría. Es inevitable no perder de vez en cuando, el truco es no acostumbrarse”. “Lo que es amar algo más que a tu propia vida. Dedicar tus días y tus noches a la voluntad variable de la naturaleza”.
Y es exactamente con la palabra naturaleza en donde se resalta la gran importancia que tiene la Finca La Siroque y no sólo para Max sino para cualquiera de nosotros que esté dispuesto a ver y escuchar, silenciando su celular por sólo un minuto para verdaderamente llegar a sentirlo y hasta saborearlo gracias a los alimentos que se nos sirven a través de las tomas bellamente ejecutadas por Ridley Scott. Añadiendo al ambiente, la música alegre y coqueta de Marc Streitenfeld.
Como cualquier habitante de ciudad, hemos perdido la conexión con la naturaleza, renunciado a nuestro derecho de disfrutar de radiantes paisajes y de respirar el aire fresco y limpio que emana de los valles. No se diga de las sombras que nos cubre de la intensidad del sol y el manjar de sus cosechas, en especial el vino cuyo producto es la suma total de todos los esfuerzos de los involucrados desde quien lo siembra hasta quien lo distribuye.
La llegada de Max antagoniza la paz de este maravilloso terreno, lo pone en riesgo al igual que a las personas que cuidan de este. Personas con las cuales no quiere reconectar como lo hizo en su niñez, pero que no tendrá alternativa conforme busca de su ayuda para remodelarlo y así conseguir una jugosa venta porque su mente al igual sigue clavada en hacer dinero, o eso creyó, hasta que se detuvo en una de sus caminatas, se detuvo seriamente a ver la belleza incluso en algunas de las ruinas, recordando no sólo lo que fue sino lo que aún podía llegar a convertirse.
Max baja sus defensas y se da la oportunidad mediante su pasado con esta finca para relacionarse con el creador del vino, Francis Duflot con quien resume una competitividad sana y para bromear, divertirse y disfrutar de un exquisito banquete de Ludivine Duflot, la esposa de Francis. Comparados con las ratas de laboratorio, por así referirse Max hacía sus compañeros de la Bolsa de Valores, la diferencia es bastante notoria que te pone a pensar en tu propio círculo.
Tampoco nos olvidemos del amor, siendo Max un mujeriego sinvergüenza porque vaya que se zorreaba a cualquiera que se cruzara en su camino, termina redescubriendo el romance con Fanny Chenal, la propietaria de un restaurante que no quiere nada con nadie. Ese rechazo lo saca de su zona de conforte a tal grado de dejarse llevar por las costumbres de ese sitio para conseguir una cita y de paso disfrutar del pueblo del que termina por influir en su decisión. Eso y la llegada de una prima que al principio toma como amenaza para después convertirse en la salvación no sólo de la Finca Siroque sino de su propia alma.
De verlo tan rígido y canalla, de repente nos lo topamos tan relajado y honesto con sus emociones y pensamientos. Tan así que verlo en el patio, flojamente sentado y tomando una copa de vino sin importarle que en cualquier momento se suelte lloviendo o suene su móvil, es evidencia clara de cómo el corazón de Luberon en el sur de Francia ha sacado su lado humano a relucir.
Hubo un tiempo en que yo soñaba con hacerme de un viñedo, alejarme de la ciudad y exiliarme en el campo, libre del tiempo, de las preocupaciones, el tráfico, las largas horas laborales y la comida rápida. En efecto, me refería a este sitio de mi imaginación como mi pequeño cielo, y fácilmente puedo verlo en la Finca La Siroque gracias a la travesía de Max llevada a la gran pantalla.
Entonces, para finalizar, ¿Qué importancia tiene este lugar para Max?
En una palabra, todo.
Absolutamente tiene todo que ver con la identidad de Max, porque este lugar representa su pasado, su presente y hasta su posible futuro por la forma abierta en que culmina esta adaptación de oro que sería un terrible error pasar por esta vida sin haberla visto y mucho menos, sin haberla saboreado con la mente y nuestro corazón.
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