El amor es un sentimiento divino
porque “Amar a alguien es ver el rostro de Dios” como se expresó durante el
acto final en Les Miserables. Aunque este amor sea superficial, eso no lo hace
malo. Lo mismo se aplica en el amor al arte, la música o el deporte, tomados
por algunos como pasatiempos mientras otros como una forma de vida y hasta
laboral, lo cual esto último es lo que uno quisiera tener.
La primera película que vi en el
cine fue El Pacificador, un suspenso
de acción protagonizado por George Clooney y Nicole Kidman. Inmediatamente la
encontré fascinante pero no lo suficientemente poderosa como para declarar mi
gran pasión por el séptimo arte. Aunque sólo se necesitó de un par de meses
como ya algunos sabrán, y si por casualidad lo desconocen, hago referencia al
re-estreno de la trilogía Clásica de Star Wars.
Cuando buscamos divertirnos,
tenemos comedia como Alguien Tiene Que Ceder, Qué Pasó Ayer, Damas en Guerra y
Quiero Matar a Mi Jefe. Nunca sobra la acción y el suspenso viene en todo tipo
de formas y franquicias innovadoras. Los dramas son para verse ocasionalmente y
para reconocerse con estatuillas doradas como Argo, Gladiador, Los
Infiltrados... El romance ayuda a generar sueños y quizás rostros
insatisfechos, pero quien verdaderamente conoce la esencia y propósito del cine
o las películas, entonces sabe pasársela bien.
Como siempre ha sido mi lema: “El
cine es para disfrutarse por lo que es y no por lo que uno quisiera que fuera”.
A veces somos muy duros con lo que vemos que no disfrutamos la función, como
podría ser el caso de mis compañeros de la carrera de Comunicación. No falta
quien odié la fantasía porque simplemente de niños nunca tuvieron imaginación y
otros digan ser casi lo mismo, pero es aquí donde de uno depende hacer las
cosas interesantes.
Si la vida de por sí es una gran
rutina, es de esperarse ese formato transmitido en la gran pantalla. No
obstante, existen sus excepciones como lo hemos visto con Joss Whedon en Los
Vengadores, Christopher Nolan en El Caballero de la Noche, Ben Affleck con
Atracción Peligrosa y David O. Russell en Los Juegos del Destino. Es nuestra
naturaleza humana complicarnos pero también divertirnos con ese contexto
propuesto.
El cine no se aleja de la política,
en cierto modo ambos entretienen con risas, suspenso e historias redactadas.
Generalmente es un espectáculo, una ilusión, todos lo sabemos aunque nos dejemos llevar por
la pasión de los colores. Es cierto que las secuelas, precuelas y aventuras
paralelas están saturando el mercado, pero también se ha hecho una excelente
labor para compensarlo con obras originales y memorables como lo presenciamos
el diciembre pasado con Argo, Django Sin Cadenas, Amour, Amigos, La Vida de Pi,
Lo Imposible, etc.
¡Imposible de negar! Cuando estamos
deprimidos, siempre solemos recurrir a ver una película ya sea en casa o en el
cine sea antes o posteriormente de un encierro en la oscuridad. En los
desamores ni hablar (Diario de Una Pasión o cualquiera adaptación de Nicholas
Sparks), pero regularmente se adopta por cortar el malhumor con Los Vengadores
de Marvel, ya que siempre el elenco te hace sonreír y las secuencias visuales
te distraen con profundo asombro.
Cuando uno está tenso en la
madrugada y no puede dormir, lo primero que solemos hacer es prender la
televisión y en sincronía ir por un vaso de agua, sin importar el orden al final
uno buscará una película con la cual distraerse y volver a recuperar el sueño.
Desde otro punto, se suele asistir de nuestro catálogo en casa como es mi caso.
Lo anterior dará risa y más por la
recepción mixta de las precuelas, pero me ha resultado efectivo el Episodio II
de Star Wars. Mi razón es que el ritmo pausado de la trama de El Ataque de los
Clones me relaja por ser la única película de la Saga, por su debido momento,
que comienza tranquilamente y en su primera hora se desenvuelve con drama,
misterio, romance y para cerrar con broche de oro, la inolvidable batalla en la
Arena. Lamentablemente para entonces, ya logré conciliar el sueño.
Cada quien tiene sus propios
métodos y son válidos. En conclusión, el cine no sólo nos entretiene o nos hace
críticos sino también funciona como un
reductor de tensiones, desahogo e impulsadora de buenos momentos. Por lo
tanto es difícil no enamorarse de las películas.
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