Uno esperaría tanta
destrucción impartida por un monstruo mientras la Fuerza Militar hace lo
posible por detenerlo mediante el uso de armas nucleares. Desde esta
perspectiva, esta sinopsis es acertada pero debo confesarles que existe mucho más
de lo mostrado en los avances. De hecho, este reinicio es fantásticamente impredecible
y humanamente conmovedora, en consecuencia, pone la barda en alto para las
siguientes mega-producciones del verano.
Tanto el desastre
como el monstruo son desplazados a segundo plano dándole espacio a dos
elementos de los cuales convergen durante el clímax. Uno que ya la vio, sabrá a
lo que me refiero y prefiero no especificar porque sería terrible de mi parte arruinarles
esta novedad. Lo que sí puedo asegurar es que el rol humano juega un papel
primordial en el transcurso de estas dos horas y esto gracias al guionista Max
Borenstein.
Borenstein y el
director Gareth Edwards no son expertos en esta clase de adaptaciones, pero eso
no los detuvo de sumergirse en el concepto original para tratar de regresarle
esa autenticidad que alguna vez definió a esta franquicia. La involucración de
Japón y el planteamiento del problema fueron los ejemplos más claros de ello;
en cuanto a Hawái y San Francisco, fueron los puntos donde visualmente se
renovó. Básicamente aquí veo un pasado estable seguido de un sublime presente.
Esta nueva dirección
de Gareth Edwards ha resultado en una de las mejores experiencias cinematográficas.
Desde que Christopher Nolan se le dio la absoluta libertad de readaptar Batman,
Warner Bros decidió aligerar sus políticas comerciales dándoles la oportunidad
a sus directores de llevar a cabo sus visiones sin restricciones de ningún
tipo. Hace un año lo vimos con Guillermo del Toro en Titanes del Pacifico y
ahora lo hemos visto de nuevo con Edwards.
Fuera de las
similitudes que haya tenido con las producciones pasadas, Godzilla se defiende
por su compleja narrativa, táctica militar, contexto urbano y desarrollo de
personajes. Esto último es lo que nos impulsa a importarnos por lo que está
sucediendo en pantalla. Edwards sabe el valor que tiene una vida humana y más
si forma parte de una familia. Este contacto se aferra a nuestros sentimientos
y por tanto es difícil no sentirnos preocupados.
Aaron Taylor-Johnson no
es un extraño en esta clase de situaciones extremistas aunque lo parezca. A sus
23 años es definido por sus papeles en Salvajes y Kick-Ass, pero básicamente
aquí es donde se gradúa como un héroe de acción y por tanto comprendo su
contratación como Quicksilver en la futura entrega de Los Vengadores 2. De principio hasta el fin, nos mantiene no
sólo al borde de la acción sino de nuestras emociones.
La química que
comparten Taylor-Johnson y Elizabeth Olsen es genuina por el poco tiempo que se
les dio y curiosamente también ella lo acompañará en Los Vengadores 2 como su
hermana la Bruja Escarlata. Las escenas de Olsen serán más tranquilas, pero eso
no reduce su importancia en la trama puesto que su presencia es necesaria para
darle un motivo de persistencia al personaje principal.
Entre algunos del
reparto: Bryan Cranston es magnífico como Joe Brody, además de posicionar esta
película en sus primeros quince minutos. Por otro lado, Ken Watanabe está
perfecto como el Dr. Serizawa. Esa seriedad respaldada por su profunda preocupación
nos hace prestarle atención a sus diálogos. Me hubiese gustado haber visto por
lo menos una interacción entre Cranston y Watanabe, pero me conformó con
haberlos visto.
Tampoco nos olvidemos
de Sally Hawkins, Juliette Binoche, David Strathairn y Richard T. Jones, en
conjunto con los extras cumplieron con las expectativas requeridas de hacernos
sentir ese peligro inminente. Esto a su vez se conecta con el departamento de
efectos especiales y edición general. Vaya manera de reinterpretarse los escenarios,
esas pausas visuales dentro de la
tenebrosa cinematografía rematan en una extraordinaria experiencia.
Si hubo un par de
encuadres sucios, probablemente justificados. El sonido te mantiene atento y
uno esperaría lo peor a consecuencia de la melodramática banda sonora de
Alexandre Desplat. Dicho en buena forma porque la composición musical maneja
tonos que ponen a uno nervioso aunque no se quiera. Si tuviera que elegir entre
las mejores escenas serían: la introducción, el descubrimiento de Godzilla, el
tren, el salto de Halo y la batalla final.
En conclusión: es una
experiencia extraordinaria que no cualquiera de su género nos podría dar y no
hablando visualmente sino emocionalmente.
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